Una vez en Burdeos, Ortells se dibujó a sí
mismo sentado encima una tortuga, a modo de transporte, en dirección a
España, como quien no tiene prisa de regresar. El Pajarito permaneció en
Mauthausen hasta que las tropas estadounidenses lo liberaron el 5 de
mayo de 1945. Logró sobrevivir al campo de la muerte en el que
perecieron 5.000 españoles. Una vez fuera, rehizo su vida en Francia, se
casó, formó una familia y cambió los dibujos por la pintura. Por el
momento, sus hijos no están planeando ninguna exposición ni reeditar más
libros. En enero, unos compañeros le harán un homenaje en Onda, donde
vivió y de donde eran sus padres. El anhelo de libertad acompañó a
Alfonso Ortells hasta su muerte.
"Con Manuel Alfonso Ortells
no pudo nadie. Ni las dos guerras en las que combatió, la civil
española y la mundial, ni el campo de concentración de Mauthausen, donde
murieron, entre otros miles de víctimas, centenares de presos
republicanos españoles, en el que pasó más de cuatro años y que dejó
retratado en decenas de dibujos.
Como tampoco los largos años de exilio
forzado por la imposibilidad de regresar a la España franquista. La
fuerza de Pajarito, como lo llamaban por el ave con el que firmaba
muchas de las ilustraciones en las que plasmó la pesadilla de
Mauthausen, se apagó el 14 de noviembre en Francia, el país donde
reconstruyó su vida. Ortells tenía 99 años y mucho, aún, que contar.
A pesar de todo lo sufrido,
subraya su hija mayor, Maite, siempre hablaba “sin odio”. “Lo contaba
de una manera que no impresionara, siempre con detalles humorísticos, no
paraba de decir que había tenido mucha suerte”, explica por teléfono
desde Talence, en las afueras de Burdeos, donde Manuel se instaló al
final de la Segunda Guerra Mundial y acabó llevando una vida “muy feliz y
tranquila” junto a su mujer, la vasca Natividad Eguiluz, y sus cuatro
hijos y 11 nietos.
Un final tranquilo para un hombre que lo vivió y sufrió todo demasiado
pronto. Nacido el 20 de septiembre de 1918 en Hospitalet del Llobregat,
estudió dibujo en la escuela de cerámica de Onda, Castellón, sin saber
que eso sería lo que acabaría salvando su vida unos años más tarde en el
campo de concentración nazi en Austria. Sin contárselo a su familia,
cuando estalló la Guerra Civil se fue a combatir en el frente de Aragón
con la columna Durruti.
Herido, logró escapar hasta Francia, donde acabó en los campos de Vernet y Septfonds. Allí, le contaría años más tarde a la periodista Montserrat Llor, autora del libro Vivos en el Averno nazi,
en el que relata las experiencias de los supervivientes españoles en
los campos de concentración, consiguió hacerse clandestinamente con un
lápiz, un cuaderno de dibujo y papel para escribir cartas a su madre.
Acuciado por el hambre, “para escapar de la miseria y comer un poco más”, como relató al también periodista Carlos Hernández (Los últimos españoles de Mauthausen),
a finales de 1939 se alistó en la 23 compañía de trabajadores
españoles. Capturado por las tropas alemanas en junio de 1940, acabó
trasladado a Mauthausen, junto a otros cientos de prisioneros españoles.
“Éramos tantos que no sabían dónde meternos”, diría años después.
Aprovechó el desconcierto de los primeros momentos para esconder un
retrato que había hecho de su madre y que, oculto en los lugares más
insospechados, incluso bajo las axilas cuando había inspecciones, logró
conservar durante toda su estancia en el campo de concentración y
mostraba aún, orgulloso, en su casa de Burdeos en los últimos años de su
vida.
Porque el dibujo, repetiría siempre, fue lo que salvó su vida,
ya que hizo que acabara destinado a la Baubüro, la oficina de
ingenieros y arquitectos donde se hacían planos para la construcción del
campo y que le permitió, al menos, librarse del frío y de los duros
trabajos bajo los que sucumbieron miles de sus compatriotas españoles y
presos de otras nacionalidades.
Eso fue también lo que le dio acceso a las pinturas y el
papel en el que haría los retratos de la realidad de Mauthausen que
suponen, hasta hoy, un recordatorio del horror nazi,
como el que muestra a unos prisioneros transportando en camilla el
cuerpo de otro en dirección a unas largas escaleras que llevan hasta el
crematorio.
Pero Manuel Alfonso Ortells también aprovechó para hacer
algunas postales “para los amigos” y hasta algún dibujo pornográfico
“por un cacho de pan”, ilustraciones en las que se vislumbraba “su
talante, el buen humor que tenía, un humor muy fino”, explica Llor desde
Madrid.
Todos los dibujos los incluyó en la autobiografía De Barcelona a Mauthausen.
Diez años de mi vida que escribió, primero para sus hijos, en 1984,
aunque acabó cediendo los derechos a Memoria Viva, que lo editó en 2007.
“Me impresionaba muchísimo su energía, su inconformismo para que nada
quedara en el olvido”, recuerda Llor.
El año pasado, cuando ya le
afectaba una senilidad que le hacía olvidar algunas cosas, aunque no
Mauthausen, Ortells recibió la Legión de Honor francesa. Nunca tuvo un reconocimiento oficial de España." (Silvia Ayuso, El País, 28/11/17)
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