12.01.2017

De Barcelona a Mauthausen

 


Solidaridad Alfonso Ortells llegó con 22 años a Mauthausen junto a centenares de republicanos españoles después de que Franco pactara con Hitler que todos los españoles fueran sacados de los campos para prisioneros y fueran enviados a este campo de concentración. Años antes, al estallar la Guerra Civil en 1936, abandonó su localidad natal, Hospitalet de Llobregat, y se alistó voluntariamente en la Columna Durruti, en la que alcanzó el grado de teniente. 'Solidaridad' es uno de sus dibujos más conocidos, en él refleja la ayuda de un deportado a otro, sin fuerzas para sostenerse en pie.



Día de trabajo: Dibujar le permitió a Ortells retratar el horror que vivía todos los días en el campo de concentración. Durante los primeros meses de su cautiverio sufrió los peores tratos. Como la mayoría de los prisioneros españoles, fue obligado a trabajar en una cantera de granito donde acarreaba piedras de hasta 50 kilos.



Cargando a los muertos: Uno de los episodios más atroces que presenció y plasmó en uno de sus dibujos fue el de unos judíos holandeses subiendo 186 escalones y alzando una camilla con sus compañeros muertos.



Un día menos gris: El trabajo que realizaba como delineante le permitió tener condiciones de vida menos atroces. Le permitía protegerse del frío y el calor, realizaba labores de oficina y recibía una cantidad extra de comida. Además de compartir con sus camaradas parte de su comida, los animaba con sus creaciones. A diferencia de sus otros dibujos, en este Alfonso Ortells representó un día menos gris.



Regalo de cumpleaños: Alfonso solía regalar caricaturas a sus compañeros en sus cumpleaños y en Navidad. Un día, gracias a unos dibujos pornográficos, consiguió un par de platos de comida pero “eran tan malos que no hubo más”, cuenta en su libro, en el que además relata que hacía dibujos para los oficiales alemanes. En esta imagen, se ven distintas creaciones de Alfonso Ortells y, abajo a la izquierda, el sello creado por la Federación Española de Deportados Internados Políticos (FEDIP) a partir del dibujo 'Solidaridad'.
 


Pajarito: En 1941, lo reclamaron como delineante en la oficina de ingenieros y arquitectos. Allí trabajó hasta el día de su liberación. Manuel Alfonso Ortells fue apodado El Pajarito por sus compañeros, ya que firmaba sus dibujos con una pequeña ave. “Para mí quería decir el anhelo de libertad”, explica en sus memorias 'De Barcelona a Mauthausen. Diez años de mi vida', que escribió en 1984. Solía hacer dibujos de cumpleaños, como el de la imagen.


 Una vez en Burdeos, Ortells se dibujó a sí mismo sentado encima una tortuga, a modo de transporte, en dirección a España, como quien no tiene prisa de regresar. El Pajarito permaneció en Mauthausen hasta que las tropas estadounidenses lo liberaron el 5 de mayo de 1945. Logró sobrevivir al campo de la muerte en el que perecieron 5.000 españoles. Una vez fuera, rehizo su vida en Francia, se casó, formó una familia y cambió los dibujos por la pintura. Por el momento, sus hijos no están planeando ninguna exposición ni reeditar más libros. En enero, unos compañeros le harán un homenaje en Onda, donde vivió y de donde eran sus padres. El anhelo de libertad acompañó a Alfonso Ortells hasta su muerte.

 


Mi madre: Este dibujo lo acompañó gran parte de sus años de encierro. En el campo de Estrasburgo dibujó a lápiz el retrato de su madre a partir de una fotografía suya. En la entrada de Mauthausen logró burlar la vigilancia nazi y consiguió colar el dibujo. Además del retrato, Alfonso escondía en el colchón lápices, papel y fotos. Su pasión por el dibujo venía desde niño, cuando le gustaban las imágenes de la revista 'TBO'. En su juventud había estudiado dibujo en la escuela de cerámica de Onda, en Castellón. Ese dibujo estuvo con él hasta la liberación, en 1945.
"Con Manuel Alfonso Ortells no pudo nadie. Ni las dos guerras en las que combatió, la civil española y la mundial, ni el campo de concentración de Mauthausen, donde murieron, entre otros miles de víctimas, centenares de presos republicanos españoles, en el que pasó más de cuatro años y que dejó retratado en decenas de dibujos. 

Como tampoco los largos años de exilio forzado por la imposibilidad de regresar a la España franquista. La fuerza de Pajarito, como lo llamaban por el ave con el que firmaba muchas de las ilustraciones en las que plasmó la pesadilla de Mauthausen, se apagó el 14 de noviembre en Francia, el país donde reconstruyó su vida. Ortells tenía 99 años y mucho, aún, que contar. 

A pesar de todo lo sufrido, subraya su hija mayor, Maite, siempre hablaba “sin odio”. “Lo contaba de una manera que no impresionara, siempre con detalles humorísticos, no paraba de decir que había tenido mucha suerte”, explica por teléfono desde Talence, en las afueras de Burdeos, donde Manuel se instaló al final de la Segunda Guerra Mundial y acabó llevando una vida “muy feliz y tranquila” junto a su mujer, la vasca Natividad Eguiluz, y sus cuatro hijos y 11 nietos.

Un final tranquilo para un hombre que lo vivió y sufrió todo demasiado pronto. Nacido el 20 de septiembre de 1918 en Hospitalet del Llobregat, estudió dibujo en la escuela de cerámica de Onda, Castellón, sin saber que eso sería lo que acabaría salvando su vida unos años más tarde en el campo de concentración nazi en Austria. Sin contárselo a su familia, cuando estalló la Guerra Civil se fue a combatir en el frente de Aragón con la columna Durruti.

Herido, logró escapar hasta Francia, donde acabó en los campos de Vernet y Septfonds. Allí, le contaría años más tarde a la periodista Montserrat Llor, autora del libro Vivos en el Averno nazi, en el que relata las experiencias de los supervivientes españoles en los campos de concentración, consiguió hacerse clandestinamente con un lápiz, un cuaderno de dibujo y papel para escribir cartas a su madre. 

Acuciado por el hambre, “para escapar de la miseria y comer un poco más”, como relató al también periodista Carlos Hernández (Los últimos españoles de Mauthausen), a finales de 1939 se alistó en la 23 compañía de trabajadores españoles. Capturado por las tropas alemanas en junio de 1940, acabó trasladado a Mauthausen, junto a otros cientos de prisioneros españoles. “Éramos tantos que no sabían dónde meternos”, diría años después.

Aprovechó el desconcierto de los primeros momentos para esconder un retrato que había hecho de su madre y que, oculto en los lugares más insospechados, incluso bajo las axilas cuando había inspecciones, logró conservar durante toda su estancia en el campo de concentración y mostraba aún, orgulloso, en su casa de Burdeos en los últimos años de su vida. 

Porque el dibujo, repetiría siempre, fue lo que salvó su vida, ya que hizo que acabara destinado a la Baubüro, la oficina de ingenieros y arquitectos donde se hacían planos para la construcción del campo y que le permitió, al menos, librarse del frío y de los duros trabajos bajo los que sucumbieron miles de sus compatriotas españoles y presos de otras nacionalidades.

Eso fue también lo que le dio acceso a las pinturas y el papel en el que haría los retratos de la realidad de Mauthausen que suponen, hasta hoy, un recordatorio del horror nazi, como el que muestra a unos prisioneros transportando en camilla el cuerpo de otro en dirección a unas largas escaleras que llevan hasta el crematorio. 

Pero Manuel Alfonso Ortells también aprovechó para hacer algunas postales “para los amigos” y hasta algún dibujo pornográfico “por un cacho de pan”, ilustraciones en las que se vislumbraba “su talante, el buen humor que tenía, un humor muy fino”, explica Llor desde Madrid.

Todos los dibujos los incluyó en la autobiografía De Barcelona a Mauthausen. Diez años de mi vida que escribió, primero para sus hijos, en 1984, aunque acabó cediendo los derechos a Memoria Viva, que lo editó en 2007. “Me impresionaba muchísimo su energía, su inconformismo para que nada quedara en el olvido”, recuerda Llor. 

El año pasado, cuando ya le afectaba una senilidad que le hacía olvidar algunas cosas, aunque no Mauthausen, Ortells recibió la Legión de Honor francesa. Nunca tuvo un reconocimiento oficial de España."                 (Silvia Ayuso, El País, 28/11/17

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